"Y así como hay cosas que ayudan a la devoción, así también hay cosas que la impiden, entre las cuales la primera es los pecados, no sólo los mortales, sino también los veniales, porque éstos, aunque no quitan la caridad, quitan el fervor de la caridad, que es casi lo mismo que devoción, por donde es razón evitarlos con todo cuidado, ya que no fuese por el mal que nos hacen, a lo menos por el grande bien que nos impiden.
Impide también el remordimiento de la conciencia, que procede de los mismos pecados (cuando es demasiado), porque trae el ánima inquieta, y caída, y desmayada, y flaca para todo buen ejercicio.
Impiden también los escrúpulos, por la misma causa, porque son como espinas, y no la dejan reposar y sosegar en Dios y gozar de la verdadera paz.
Impide también cualquier amargura y desabrimiento del corazón y tristeza desordenada, porque con esto muy mal se puede compadecer el gusto y suavidad de la buena conciencia y de la alegría espiritual.
Impiden, otrosí, los cuidados demasiados, los cuales son aquellos mosquitos de Egipto que inquietan el ánima y no la dejan dormir este sueño espiritual que se duerme en la oración, antes allí más que en otra parte la inquietan y divierten con su ejercicio.
Impiden también las ocupaciones demasiadas, porque ocupan el tiempo y ahogan el espíritu, y así dejan al hombre sin tiempo y sin corazón para vacar a Dios.
Impiden los regalos y consolaciones sensuales (cuando el hombre es demasiado en ellas), porque el que se da mucho a las consolaciones del mundo, no merece las del Espíritu Santo, como dice San Bernardo.
Impide el regalo en el demasiado comer y beber, mayormente las cenas largas, porque éstas hacen muy mala cama a los espirituales ejercicios y a las vigilias sagradas, porque con el cuerpo pesado y harto de mantenimiento, muy mal aparejado está el ánimo para volar a lo alto.
Impide el vicio de la curiosidad, así de los sentidos como el entendimiento, que es querer oír y ver y saber muchas cosas y desear cosas pulidas, curiosas y bien labradas, porque todo esto ocupa el tiempo, embaraza los sentidos, inquieta el ánima y derrámala en muchas partes, y así impide la devoción.
Impide, finalmente, la interrupción de todos estos santos ejercicios, si no es cuando se deja por causa de alguna piadosa o justa necesidad, porque (como dice un doctor) es muy delicado el espíritu de la devoción, el cual después de ido, o no vuelve, o a lo menos con mucha dificultad. Y por esto, así como los árboles y los cuerpos humanos quieren sus riegos y mantenimientos ordinarios, y en faltando esto luego desfallecen y desmedran, así también lo hace la devoción, cuando le falta el riego y mantenimiento de la consideración.
Todo esto se ha dicho así sumariamente, para que mejor se pudiese tener en la memoria, la declaración de lo cual podrá ver quien quisiere con el ejercicio y larga experiencia". San Pedro de Alcántara, Tratado de la oración y meditación.