“¡Oh tú, que caminando por este miserable valle de lágrimas andas zozobrando entre las tempestades del mundo, si no quieres verte sumergido entre las olas, no apartes jamás los ojos de esta brillante y luminosa estrella! Si se levanta el huracán de las tentaciones, si tropiezas contra los escollos de la tribulación, mira a la estrella, llama a María. Si eres combatido por las olas del orgullo, de la ambición, de la maledicencia, de la envidia, mira a la estrella, invoca a María. Si la cólera, la avaricia o los estímulos de la carne arrastran la navecilla de tu alma, vuelve tus ojos hacia María. Si te turba el horror de tus pecados, si la conciencia se estremece a la vista de su gravedad y número, si el temor de los terribles juicios de Dios te inducen a desesperación, piensa en María. En los peligros, en las angustias, en las dudas, invoca a María. No se aparte su nombre de tus labios ni de tu corazón; y si quieres que Ella ruegue por ti, procura imitar sus ejemplos siguiéndola, no te desvías; rogándola, no desesperas; contemplándola, no yerras. Si Ella te protege, no temas; con su apoyo no caerás; si Ella te guía, no te cansarás; y si Ella te es propicia, llegarás felizmente al puerto”. San Bernardo de Clairvaux.
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