Non nobis, Domine, non nobis, sed nomine tuo da gloriam. Psal 113, 9

domingo, 29 de septiembre de 2013

La corona de la victoria

“La corona de la victoria no se promete sino a los que luchan. En la divinas Escrituras vemos que, con frecuencia, se nos promete la corona si vencemos. Pero para no ampliar demasiado las citas, bastará recordar lo que claramente se lee en el apóstol San Pablo: terminé la obra, consumé la carrera, conservé la fe, ya me pertenece la corona de justicia 1. Debemos, pues, conocer quién es el enemigo, al que si vencemos seremos coronados. Ciertamente es aquel a quien Cristo venció primero, para que también nosotros, permaneciendo en Él, le venzamos. Cristo es realmente la Virtud y la Sabiduría de Dios, el Verbo por quien fueron creadas todas las cosas, el Hijo Unigénito de Dios, que permanece inmutable siempre sobre toda criatura. Y si bajo Él está la criatura, incluso la que no pecó, ¿cuánto más lo estará toda criatura pecadora? Si bajo Él están los santos ángeles, mucho más los estarán los ángeles prevaricadores cuyo príncipe es el diablo. Pero como el diablo defraudó nuestra naturaleza, el Hijo único de Dios se dignó tomar esa misma naturaleza, para que, por ella misma, el diablo fuera vencido. Así, Él, que tuvo siempre sometido al diablo, le sometió también a nosotros. A él se refiere cuando dice: el príncipe de este mundo ha sido arrojado fuera. No porque fuera expulsado del mundo, como dicen algunos herejes, sino que fue arrojado del alma de los que viven unidos al Verbo de Dios y no aman al mundo del que él es el príncipe porque domina a los que aman los bienes temporales que se poseen en este mundo visible. No quiero decir que él sea el dueño de este mundo, sino que es el príncipe de las concupiscencias con las que se codicia todo lo pasajero. Así, somete a los que aman los bienes caducos y mudables y se olvidan del Dios eterno. Pues: raíz de todos los males es la codicia, a la que algunos amaron y se desviaron de la fe, y, así, se acarrearon muchos sufrimientos 4. Por esta concupiscencia reina el diablo en el hombre y posee su corazón. Esos son los que aman este mundo. Pero se renuncia al diablo, que es el príncipe de este mundo, cuando se renuncia a las corruptelas, a las pompas y a los ángeles malos. Por eso, el Señor, al llevar en triunfo la naturaleza humana, dice: Sabed que yo he vencido al mundo”. San Agustín, El combate cristiano.

viernes, 27 de septiembre de 2013

Sacrificio agradable

“La única causa de mi muerte es mi celo por la Iglesia de Dios, que me devora y consume. ¡Acepta, Señor, el sacrificio de mi vida por el Cuerpo místico de tu santa Iglesia!". Santa Catalina de Siena.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

No andaba el espíritu señor, sino esclavo

“En la oración pasaba gran trabajo, porque no andaba el espíritu señor, sino esclavo, y así no me podía encerrar dentro de mí, que era el modo de proceder que llevaba en la oración, sin encerrar conmigo mil vanidades”. Santa Teresa de Jesús O.C.D., Vida 7, 17.

lunes, 23 de septiembre de 2013

La oración es...

“La oración es la elevación de la mente a Dios y petición de todas las cosas convenientes”. Santo Tomás de Aquino O.P., De fide ort., Lib. III, cap. 24.

sábado, 21 de septiembre de 2013

¿En qué os entretenéis?

“¡Oh almas criadas para esas grandezas y para ellas llamadas!, ¿qué hacéis?, ¿en qué os entretenéis? Vuestras pretensiones son bajezas y vuestras posesiones miserias. ¡Oh miserable ceguera de los ojos de vuestra alma, pues para tanta luz estáis ciegos y para tan grandes voces sordos, no viendo que, en tanto que buscáis grandezas y glorias, os quedáis miserables y bajos, de tantos bienes hechos ignorantes e indignos!”. San Juan de la Cruz, Cántico espiritual, Canción 39, 7.

jueves, 19 de septiembre de 2013

Dios sigue hablando

“Dios nos sigue hablando hoy como hablaba en otros tiempos a nuestros padres, cuando no había ni directores espirituales ni métodos. El cumplimiento de las órdenes de Dios constituía toda su espiritualidad. Ésta no se reducía a un arte que necesitase explicarse de un modo sublime y detallado, y en el que hubiese tantos preceptos, instrucciones y máximas, como parece exigen hoy nuestras actuales necesidades. No sucedía a así en los primeros tiempos, en que había más rectitud y sencillez. Entonces se sabía únicamente que cada instante trae consigo un deber, que es preciso cumplir con fidelidad, y esto era suficiente para los hombres espirituales de entonces. Fija su atención en el deber de cada instante, se asemejaban a la aguja que marca las horas, correspondiendo en cada minuto al espacio que debe recorrer. Sus espíritus, movidos sin cesar por el impulso divino, se volvían fácilmente hacia el nuevo objeto que Dios les presentaba en cada hora del día”. Jean Pierre de Caussade, El Abandono en la Divina Providencia, cap. 1.

martes, 17 de septiembre de 2013

Qué rica ganancia

“Leamos constantemente la Pasión del Señor. ¡Qué rica ganancia, cuánto provecho sacaremos! Porque al contemplarle sarcásticamente adorado, con gestos y con acciones, y hecho blanco de burlas, y después de esta farsa abofeteado y sometido a los últimos tormentos, aun cuando fueres más duro que una piedra, te volverás más blando que la cera, y arrojarás toda soberbia de tu alma”. San Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo, 87, 1.

domingo, 15 de septiembre de 2013

De Dios o del mundo

“¡Oh, buen Dios! ¡Qué triste vida lleva el que quiere agradar al mundo y a Dios! ¡No amigo, te engañas. Fuera de que vivirás siempre infeliz, no has de conseguir nunca complacer a Dios y al mundo; es cosa tan imposible como poner fin a la eternidad. Oye un consejo que voy a darte, y serás menos desgraciado: entrégate enteramente a Dios o al mundo; no busques ni sigas más que a un amo; pero una vez escogido, no lo dejes ya. ¿Acaso no recuerdas lo que te dice Jesucristo en el Evangelio: «No podéis servir a Dios y al mundo» (Mt 6,24; Lc 16,13), es decir, no puedes seguir al mundo con sus placeres y a Jesucristo con su cruz? No es que te falte trazas para ser, ahora de Dios, ahora del mundo. Digámoslo con más claridad: es lástima que tu conciencia, que tu corazón no te consientan frecuentar por la mañana la sagrada mesa y el baile por la tarde; pasar una parte del día en la iglesia y otra parte en la taberna o en el juego; hablar un buen rato del buen Dios y otro rato de obscenidades o de calumnias contra tu prójimo; hacer hoy un favor a tu vecino y mañana un agravio; en una palabra, ser bueno y portarte bien y hablar de Dios en compañía de los buenos, y obrar el mal en compañía de los malvados”. Santo Cura de Ars, Sermón sobre el respeto humano.

viernes, 13 de septiembre de 2013

Ahora somos hijos de Dios

"Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues, ¡lo somos! Pues quienes se llaman y no son, ¿de qué les aprovecha el nombre si no responde a la realidad? ¡Cuántos se llaman médicos y no saben curar! ¡Cuántos se llaman serenos y se pasan la noche durmiendo! Igualmente abundan los que se llaman cristianos cuya conducta no rima con su nombre, pues no son lo que dicen ser: en la vida, en las costumbres, en la fe, en la esperanza, en el amor. Todo el mundo es cristiano, y todo el mundo es impío; hay impíos por todo el mundo, y por todo el mundo hay píos: unos y otros no se reconocen entre sí. Por eso el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él. El mismo Señor Jesús caminaba, en la carne era Dios, oculto en la debilidad de la carne. Y ¿por qué no fue reconocido? Porque reprochaba a los hombres todos sus pecados. Ellos, amando los deleites del pecado, no reconocían a Dios; amando lo que la fiebre de las pasiones les sugería, injuriaban al médico.
Y nosotros, ¿qué? Hemos ya nacido de él; pero como vivimos bajo la economía de la esperanza, dijo: Queridos, ahora somos hijos de Dios. ¿Ya desde ahora? Entonces, ¿qué es lo que esperamos, si somos ya hijos de Dios? Y aún –dice– no se ha manifestado lo que seremos. ¿Es que seremos otra cosa que hijos de Dios? Oíd lo que sigue: Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es. ¿Qué es lo que se nos ha prometido? Seremos semejantes a él porque le veremos tal cual es. La lengua ha expresado lo que ha podido; lo restante ha de ser meditado por el corazón. En comparación de aquel que es, ¿qué pudo decir el mismo Juan? ¿Y qué podemos decir nosotros, que tan lejos estamos -de igualar sus méritos?
Volvamos, pues, a aquella unción de Cristo, volvamos a aquella unción que nos enseña desde dentro lo que nosotros no podemos expresar, y, ya que ahora os es imposible la visión, sea vuestra tarea el deseo. Toda la vida del buen cristiano es un santo deseo. Lo que deseas no lo ves todavía, mas por tu deseo te haces capaz de ser saciado cuando llegue el momento de la visión.
Deseemos, pues, hermanos, ya que hemos de ser colmados. Ved de qué manera Pablo ensancha su deseo, para hacerse capaz de recibir lo que ha de venir. Dice, en efecto: No es que ya haya conseguido el premio, o que ya esté en la meta; hermanos, yo no pienso haber conseguido el premio. ¿Qué haces, pues, en esta vida, si aún no has conseguido el premio? Sólo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta para ganar el premio, al que Dios desde arriba me llama.
Afirma de sí mismo que está lanzado hacia lo que está por delante y que va corriendo hacia la meta final. Es porque se sentía demasiado pequeño para captar aquello que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar. Tal es nuestra vida: ejercitarnos en el deseo. Ahora bien: este santo deseo está en proporción directa de nuestro desasimiento de los deseos que suscita el amor del mundo. Ensanchemos, pues, nuestro corazón, para que, cuando venga, nos llene, ya que seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es". San Agustín de Hipona, Tratado 4 sobre la primera carta de san Juan.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Desaparición del Sacrificio

“Sobrevenido él, desaparecerá el sacrificio y la libación que, ahora, en todas partes es ofrecida a Dios por las gentes”. San Hipólito, De Antichristo, 64 initio.

lunes, 9 de septiembre de 2013

La verdadera dignidad del hombre

“Los desfavorecidos aprenden de la Iglesia que, según el juicio del mismo Dios, la pobreza no es un oprobio, y que no deben enrojecer por el hecho de tener que ganar el pan con su trabajo. Esto es lo que Cristo nuestro Señor confirmó con su ejemplo, él que «siendo rico, se hizo pobre» (2C 8,9) para la salvación de los hombres; el cual, siendo Hijo de Dios y Dios él mismo, quiso ser tenido a los ojos del mundo por hijo de un obrero; y llegó a pasar gran parte de su vida trabajando para ganarse la vida. «¿No es este el hijo del carpintero, el hijo de María?» (Mc 6,3). Cualquiera que tenga bajo su mirada este modelo divino comprenderá fácilmente lo que queremos decir: la verdadera dignidad del hombre y su excelencia residen en su forma de obrar, es decir, en la virtud; la virtud es patrimonio común de los mortales, al alcance de todos, de los pequeños como de los mayores, de los pobres como de los ricos; tan solo la virtud y los méritos, donde sea que se encuentren, obtendrán la recompensa de la bienaventuranza eterna. Aún más, es hacia las clases infortunadas que el corazón de Dios parece inclinarse con predilección. Jesucristo llama bienaventurados a los pobres; invita con amor a ir hacia él a todos los que sufren y lloran para consolarlos (Mt 11,28); abraza con más tierna caridad a los pequeños y oprimidos. Ciertamente que estas doctrinas están hechas para humillar al alma altiva de los ricos y volverlos más compasivos, para levantar el ánimo de los que sufren y llamarlos a la confianza. Podrían ellas disminuir la distancia que el orgullo se complace en mantener; sin dificultad se llegaría a que los dos lados se dieran la mano y las voluntades se unieran en una misma amistad”. León XIII, Encíclica Rerum Novarum, 20.

sábado, 7 de septiembre de 2013

La Santa MIsa

Cuando el sacerdote celebra:
Honra a Dios, 
los ángeles aplauden, 
construye la Iglesia, 
ayuda a los vivos, 
da descanso a los muertos, 
y gana para sí una participación en todas las cosas buenas. 
Tomás de Kempis, Imitación de Cristo, L. 4, Cap. 5.

jueves, 5 de septiembre de 2013

Manifestar así su amor desbordante

”El Señor entregó a su propio Hijo a la muerte en cruz a causa del ardiente amor por la creación...No porque no hubiera podido rescatarla de otro modo, sino porque ha querido manifestar así su amor desbordante, como una enseñanza para nosotros. Por la muerte de su Hijo único nos ha reconciliado consigo. Sí, si hubiera tenido algo más precioso, nos lo habría entregado para que volviéramos enteramente a él. A causa de su gran amor hacia nosotros, no quiso violentar nuestra libertad, aunque hubiera podido hacerlo. Antes bien prefirió que nosotros nos acercáramos a él por amor. A causa de su amor por nosotros y por la obediencia a su Padre, Cristo aceptó gozosamente los insultos y la aflicción... De la misma manera, cuando los santos llegan a su plenitud, desbordando de amor por los demás y por la compasión hacia todos los hombres, se parecen a Dios”. San Isaac el Sirio, Discurso, primera serie 71-74.

martes, 3 de septiembre de 2013

Imitar la Pasión

“¿Podéis beber el cáliz...? El Señor sabía que podrían imitar su pasión, y sin embargo les pregunta, para que todos oigamos que nadie puede reinar con Cristo si no ha imitado antes su pasión; porque las cosas de mucho valor no se consiguen más que a un precio muy alto”. San Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo, 35.

domingo, 1 de septiembre de 2013

Dios se anticipa cuando deseáis su amor

“Cuando Dios os concede la gracia de sentir su presencia y desea que le habléis como al amigo más querido, exponedle vuestros sentimientos con toda libertad y confianza. Se anticipa a darse a conocer a los que le anhelan (Sab 6, 14). Sin esperar a que os acerquéis a Él, se anticipa cuando deseáis su amor, y se os presenta, concediéndoos las gracias y remedios que necesitáis. Solo espera de vosotros una palabra para demostraros que está a vuestro lado y dispuesto a escucharos y consolaros: Sus oídos están atentos a la oración (Sal 33, 16) (...). Los demás amigos, los del mundo, tienen horas que pasan conversando juntos y horas en que están separados; pero entre Dios y vosotros, si queréis, jamás habrá una hora de separación”. San Alfonso Mª de Ligorio, Cómo conversar continua y familiarmente con Dios.