Non nobis, Domine, non nobis, sed nomine tuo da gloriam. Psal 113, 9

jueves, 31 de octubre de 2013

Amor y deseo

“De tal maestro como quien nos enseñó esta oración y con tanto amor y deseo que nos aprovechase, nunca Dios quiera que no nos acordemos de El muchas veces cuando decimos la oración, aunque por ser flacos no sean todas. Pues cuanto a lo primero, ya sabéis que enseña Su Majestad que sea a solas; que así lo hacía El siempre que oraba, y no por su necesidad, sino por nuestro enseñamiento. 
Ya esto dicho se está que no se sufre hablar con Dios y con el mundo, que no es otra cosa estar rezando y escuchando por otra parte lo que están hablando, o pensar en lo que se les ofrece sin más irse a la mano; salvo si no es algunos tiempos que, o de malos humores -en especial si es persona que tiene melancolía- o flaqueza de cabeza, que aunque más lo procura no puede, o que permite Dios días de grandes tempestades en sus siervos para más bien suyo, y aunque se afligen y procuran quietarse, no pueden ni están en lo que dicen, aunque más hagan, ni asienta en nada el entendimiento, sino que parece tiene frenesí, según anda desbaratado. Y en la pena que da a quien lo tiene, verá que no es a culpa suya. Y no se fatigue, que es peor, ni se canse en poner seso a quien por entonces no le tiene, que es su entendimiento, sino rece como pudiere; y aun no rece, sino como enferma procure dar alivio a su alma: entienda en otra obra de virtud. Esto es ya para personas que traen cuidado de sí y tienen entendido no han de hablar a Dios y al mundo junto. Lo que podemos hacer nosotros es procurar estar a solas, y plega a Dios que baste, como digo, para que entendamos con quién estamos y lo que nos responde el Señor a nuestras peticiones. ¿Pensáis que está callado? Aunque no le oímos, bien habla al corazón cuando le pedimos de corazón”. Santa Teresa de Jesús, Camino de Perfección, c. 24.

martes, 29 de octubre de 2013

Verdadera devoción

“El verdadero devoto de la Virgen se salva”. San Alfonso María de Ligarlo, La Monja Santa, cap. XXI.

domingo, 27 de octubre de 2013

La vida común

“La institución de la vida común está avalada y se apoya sobre un estimable, firme y sólido principio de autoridad. La Iglesia primitiva fue fundada sobre el esquema de la vida común; la infancia de la Iglesia naciente tiene su origen en la vida común. La vida común recibió de los mismos apóstoles el peculiar modelo de su existencia, su timbre de honor, el privilegio de su dignidad, el testimonio de su autoridad, su abogado defensor, la firmeza de su esperanza. Siendo muchos, somos un solo cuerpo, pero cada miembro está al servicio de los demás miembros. Un mismo espíritu anima todo nuestro cuerpo a través de los miembros, junturas y ligamentos, armonizándolos entre sí, armonía que contribuye a la conservación de la misma unidad del espíritu; este espíritu conserva a los miembros en la mutua obsequiosidad y la paciencia mutua. Amadísimos hermanos en Cristo, ¿a qué nos están invitando estos ejemplos sino a la mutua paciencia, a la mutua humildad, a la caridad mutua? ¿No es verdad que Dios grabó en nosotros la ley de su amor, que nos enseña a conocemos? El que nos dio el precepto, nos otorgue también su bendición, nos confirme en la integridad de nuestro corazón y con el discernimiento de nuestras acciones nos guíe por el camino de la paz, a fin de mantener la unidad del Espíritu, con el vínculo de la paz, para conservar el amor de Dios en el amor al prójimo. Si unánimes y concordes amamos a Dios de acuerdo con la pureza de nuestra profesión, es indudable que el amor de Dios se derrama en nuestros corazones con el Espíritu Santo. Y el único Espíritu de Dios nos vivifica como a un solo cuerpo, de modo que ninguno de nosotros viva para sí, sino para Dios; y a fin de que todos nosotros conjuntamente vivamos, por el único Espíritu que habita en nosotros, en la unidad del Espíritu. Esta unidad de espíritu que hallamos en nosotros gracias a la caridad de Dios, la conservamos mediante el amor al prójimo, que a la vez nos radica en el amor a Dios; y permaneciendo en este amor, estemos en Dios y Dios en nosotros. Así pues, mediante el amor al prójimo, como por un nexo de amor y un vínculo de paz, se mantiene y conserva en nosotros el amor de Dios y la unidad del Espíritu. Pues el que no ama al hermano se aparta de la unidad del Espíritu, no ama a Dios ni vive del Espíritu de Dios, sino de su espíritu, como quien vive ya para sí y no para Dios. Al amor del prójimo pertenece la comunión, y donde el amor es pleno, también es plena la comunión. Comunión plena es sólo aquella en que se ponen en común todas las cosas, como está escrito: Lo tenían todo en común. Pero lo que sigue: Lo repartían entre todos según la necesidad de cada uno, puede plantearnos este interrogante: ¿Hasta qué punto lo tenían todo en común cuando cada cual poseía algo en propiedad? Y el Apóstol hace todavía más problemática la cuestión cuando afirma: En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común; y, cada uno tiene el don particular que Dios le ha dado; unos uno y otros otro. Y de nuevo: Hay diversidad de dones, hay diversidad de ministerios, hay diversidad de funciones. ¿Cómo puede haber comunión en plenitud allí donde hay tanta diversidad de carismas, donde cada uno posee su propio don? Por tanto, quien haya recibido de Dios su don particular, pórtese de modo que no lo tenga sólo para sí, sino para Dios y para el prójimo: para Dios, de manera que no usufructúe el don de Dios para su personal exaltación, sino para gloria de Dios; para el prójimo, de modo que atienda siempre la común utilidad y no la propia. La caridad no busca su propio interés, sino el de Jesucristo”. Balduino de Cantorbery, Tratado 15 sobre la vida cenobítica

viernes, 25 de octubre de 2013

El premio preparado a la caridad

“Recordemos, hermanos, las palabras del Señor: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian. Ved cómo el Señor nos manda envolver en nuestra caridad hasta a los mismos enemigos; la benevolencia de nuestro corazón cristiano ha de llegar hasta nuestros perseguidores. Y ¿cuál será la recompensa de tan arduo trabajo?, ¿cuál el premio prometido a los que pongan en práctica este precepto? Que nos demuestre el premio preparado a la caridad, quien gratuitamente, por medio del Espíritu Santo, se ha dignado infundirla en nuestros corazones; que él mismo nos diga lo que en pago a esta caridad está dispuesto a dar a los dignos, él que se ha dignado derramar esta misma caridad en los indignos.
Los que amaron a sus enemigos e hicieron el bien a los que los aborrecen serán hijos de Dios. Lo que recibirán estos hijos de Dios, nos lo aclara san Pablo: Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios; y si somos hijos, también herederos, herederos de Dios y coherederos con Cristo.
Escuchad, pues, cristianos; escuchad, hijos de Dios; escuchad herederos de Dios y coherederos con Cristo. Para que podáis entrar en posesión de la herencia paterna, no sólo habéis de amar a los amigos, sino también a los enemigos. A nadie neguéis la caridad, que es el patrimonio común de los hombres buenos. Ejercitadla todos conjuntamente, y para que podáis hacerlo con mayor plenitud, extendedla a todos, buenos y malos. Su posesión es la herencia común de los buenos, herencia no terrena, sino celestial. La caridad es un don de Dios. La codicia, por el contrario, es un lazo del diablo; y no sólo un lazo, sino una espada. Con ella caza a los desgraciados, y con ella, una vez cazados, los asesina. La caridad es la raíz de todos los bienes, la codicia es la raíz de todos los males.
La codicia nos atormenta continuamente, pues nunca está satisfecha de sus rapiñas. En cambio, la caridad siempre está alegre, porque cuanto más tiene, tanto más da. Por eso, así como el avaro cuanto más acumula, tanto más se empobrece, el caritativo se enriquece en la medida en que da. Se agita la codicia queriendo vengar la injuria; está tranquila la caridad en el gozo que siente al perdonar la injuria recibida. La codicia esquiva las obras de misericordia, que la caridad practica alegremente. La codicia procura hacer daño al prójimo, el amor no hace mal a nadie. Elevándose, la codicia se precipita en el infierno; humillándose, la caridad sube al cielo.
Y ¿cómo podría, hermanos, hallar la expresión adecuada para trenzar el elogio de la caridad, que ni está aislada en el cielo ni en la tierra está jamás abandonada? Efectivamente, en la tierra se alimenta con la palabra de Dios, y en el cielo se sacia con esta misma palabra divina. En la tierra se halla rodeada de amigos, y en el cielo goza de la compañía de los ángeles. Trabaja en el mundo, descansa en Dios. Aquí día a día se va perfeccionando con el ejercicio; allí es poseída sin límites en su misma plenitud”. San Fulgencio de Ruspe, Sermón 5.

miércoles, 23 de octubre de 2013

Pater noster

“Mirad que perdéis un gran tesoro y que hacéis mucho más con una palabra de cuando en cuando del Pater noster, que con decirle muchas veces aprisa; estad muy junto a quien pedís, no os dejará de oír; y creed que aquí es el verdadero alabar y santificar su nombre”. Santa Teresa, Camino de perfección, 31, 13.

lunes, 21 de octubre de 2013

Confianza en Dios

“Quien confía en Dios no teme al demonio”. Tertuliano, Tratado sobre la oración, 8.

sábado, 19 de octubre de 2013

No temas

“Nuestro Señor tiene un continuo cuidado de los pasos de sus hijos, es decir, de aquellos que poseen la caridad, haciéndoles caminar delante de Él, tendiéndoles la mano en las dificultades. Así lo declaró por Isaías: Soy tu Dios, que te toma de la mano y te dice: No temas, Yo te ayudaré (Is41, 13). De modo que, además de mucho ánimo, debemos tener suma confianza en Dios y en su auxilio, pues, si no faltamos a la gracia, Él concluirá en nosotros la buena obra de nuestra salvación, que ha comenzado”. San Francisco de Sales, Tratado del amor de Dios, III, 4.

jueves, 17 de octubre de 2013

Ser capaz de Dios

“Yo y el Padre, dice el Hijo, vendremos a él, esto es, al hombre santo, y haremos morada en él. Pienso que no de otro cielo hablaba el profeta cuando dijo: Aunque tú habitas en el santuario, esperanza de Israel. Y más claramente el Apóstol: Que Cristo habite por la fe en nuestros corazones.
Nada tiene de extraño que el Señor Jesús habite gustoso en este cielo, toda vez que no lo creó, como a los demás con un simple «hágase», sino que luchó por conquistarlo, murió para redimirlo. Por eso, después de la fatiga, dijo con mayor deseo: Esta es mi mansión por siempre aquí viviré, porque la deseo. Dichosa el alma a la que dice el Señor: «Ven amada mía, y pondré en ti mi trono». ¿Por qué te acongojas ahora, alma mía, por qué te me turbas? ¿Piensas también tú encontrar en ti un lugar para el Señor? Pero, ¿qué lugar hay en nosotros que podamos considerar idóneo para semejante gloria, adecuado para tal majestad? ¡Ojalá fuera digno de postrarme ante el estrado de sus pies! ¡Quién me concediera seguir siquiera las pisadas de cualquier alma santa, que Dios se escogió como heredad! Sin embargo, si se dignara infundir también en mi alma el óleo de su misericordia, de modo que yo mismo pudiera decir: Correré por el camino de tus mandatos, cuando me ensanches el corazón, quizá podría también yo mostrarle en mí mismo, si no una sala grande arreglada, donde pueda sentarse a la mesa con sus discípulos, sí al menos un lugar donde pueda reclinar su cabeza.
Después, es necesario que ella (es decir, el alma) crezca y se dilate, para que sea capaz de Dios. Porque su anchura es su amor, como dijo el Apóstol: Ensanchaos en la caridad. Pues si bien el alma, por ser espíritu, no es susceptible de cuantidad extensa, sin embargo, la gracia le concede lo que la naturaleza le niega. Y así, crece y se extiende, pero espiritualmente. Crece y progresa hasta llegar al hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud; crece también hasta formar un templo consagrado al Señor.
Así que la grandeza de cualquier alma se estima por la medida de la caridad que posee, de modo que la que posee mucha es grande; la que poca, pequeña; y la que ninguna, nada. Pues como dice Pablo: Si no tengo caridad, no soy nada”. San Bernardo de Clairvaux, Sermón 27 sobre el Cantar de los cantares.

martes, 15 de octubre de 2013

Amigo verdadero

“Que en veros junto a mí he visto todos los bienes. No me ha venido trabajo que, mirándoos a vos cual estuvieres delante de los jueces, no se me haga bueno sufrir. Con tan buen amigo presente, con tan buen capitán que se puso en lo primero en el padecer, todo se puede sufrir. Es ayuda y esfuerzo: nunca falta; es amigo verdadero”. Santa Teresa de Jesús O.C.D., Vida 22, 6.

domingo, 13 de octubre de 2013

La dignidad de hijos de Dios

"Una vez llegados a la dignidad de hijos de Dios, nos abrasará la ternura que mora en el corazón de todos los verdaderos hijos; y, sin pensar más en nuestros propios intereses, solo tendremos celo por la gloria de nuestro Padre. Le diremos: Santificado sea tu nombre, atestiguando así que su gloria constituye todo nuestro deseo y nuestra alegría". Casiano, Colaciones, 9, 18.

viernes, 11 de octubre de 2013

Insistir en muchos caminos

“Muchos son, en efecto, los caminos del Señor, siendo así que él mismo es el camino. Pero, cuando habla de sí se denomina a sí mismo «camino», y muestra la razón de llamarse así cuando dice: Nadie va al Padre sino por mí. Ahora bien, si hablamos de los profetas y de sus escritos que nos conducen a Cristo, entonces los caminos son muchos, aun cuando todos convergen en uno. Ambas cosas resultan evidentes en el profeta Jeremías, quien en un mismo pasaje se expresa de esta manera: Paraos en los caminos a mirar, preguntad por la vieja senda: «¿Cuál es el buen camino?», seguidlo.
Hay que interesarse, por tanto, e insistir en muchos caminos, para poder encontrar el único que es bueno, ya que, a través de la doctrina de muchos, hemos de hallar un solo camino de vida eterna. Pues hay caminos en la ley, en los profetas, en los evangelios, en los apóstoles, en las diversas obras de los mandamientos, y son dichosos los que andan por ellos, en el temor de Dios.
Pero el profeta no trata de las cosas terrenas y presentes: su preocupación se centra sobre la dicha de los que temen al Señor y siguen sus caminos. Pues los que siguen los caminos del Señor comerán del fruto de sus trabajos. Y no se trata de una manducación del cuerpo, toda vez que lo que ha de comerse no es corporal. Se trata de un manjar espiritual que alimenta la vida del alma: se trata de las buenas obras de la bondad, la castidad, la misericordia, la paciencia, la tranquilidad. Para ejercitarlas, debemos luchar contra las negativas tendencias de la carne. El fruto de estos trabajos madura en la eternidad: pero previamente hemos de comer aquí y ahora el trabajo de los frutos eternos, y de él ha de alimentarse en esta vida corporal nuestra alma, para conseguir mediante el manjar de tales trabajos el pan vivo, el pan celestial de aquel que dijo: Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo”. San Hilario de Poitiers, Tratado sobre el salmo 127.

miércoles, 9 de octubre de 2013

Oración para obtener humildad

“Oh Jesús, cuando erais peregrino en la tierra dijisteis: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis el descanso de vuestras almas.” (Mt 11,29) Si, poderoso Monarca de los cielos, mi alma halla el descanso al ver cómo os abajáis, vistiendo forma y naturaleza de esclavo, hasta lavar los pies de vuestros apóstoles. Entonces me acuerdo de estas palabras que pronunciasteis para enseñarme a practicar la humildad: “Ejemplo os he dado, para que lo que yo he hecho lo hagáis también vosotros. No es mayor el discípulo que el Maestro...Si comprendéis estas cosas, seréis felices practicándolas.” Comprendo, Señor, estas palabras, salidas de vuestro corazón manso y humilde, y con la ayuda de vuestra gracia quiero practicarlas...
Nadie tenía, Amado mío, este derecho respecto a vos, y sin embargo, obedecisteis, no solo a la Santísima Virgen y a san José, sino también a vuestros verdugos. Ahora os veo colmar la medida de vuestros anonadamientos en la Hostia. ¡Con qué humildad, oh divino Rey de la gloria, os sometéis a vuestros sacerdotes, sin hacer distinción alguna entre los que os aman y los que son, por desgracia, fríos y tibios en vuestro servicio! ...Estáis siempre pronto a descender del cielo a su llamada...
Pero conocéis, Señor, mi debilidad; cada mañana tomo la resolución de practicar la humildad, y por la noche reconozco haber cometido muchas faltas de orgullo. Al ver esto, me tienta el desaliento, pero sé que el desaliento es también orgullo. Quiero, por tanto, Dios mío, fundar mi esperanza sólo en vos. Puesto que todo lo podéis, dignaos hacer nacer en mi alma la virtud que deseo. Para obtener esta gracia de vuestra infinita misericordia, os repetiré muchas veces: “Jesús manso y humilde de corazón, haced mi corazón semejante al vuestro”. Santa Teresita del Niño Jesús, O.C.D., Oración para obtener la humildad.

lunes, 7 de octubre de 2013

Ojos del alma

“El amor a las sombras hace a los ojos del alma más débiles e incapaces para llegar a ver el rostro de Dios. Por eso, el hombre mientras más gusto da a su debilidad más se introduce en la oscuridad”. San Agustín, Del libre albedrío.

sábado, 5 de octubre de 2013

Cristo muy llagado

“Entrando un día en el oratorio, vi una imagen que habían traído allí a guardar (...). Era de Cristo muy llagado y tan devota que, en mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía y arrojéme cabe Él con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle”. Santa Teresa de Jesús, O.C.D., Vida, 9, 1.

jueves, 3 de octubre de 2013

Sed de Dios

“La sed que tengo es de llegar a ver el rostro de Dios; siento sed en la peregrinación, siento sed en el camino; pero me saciaré a la llegada”. San Agustín, Comentarios a los Salmos, 41, 5.

martes, 1 de octubre de 2013

Invito al lector al gemido de la oración

“Por eso primeramente invito al lector al gemido de la oración por medio de Cristo crucificado, cuya sangre nos lava las manchas de los pecados, no sea que piense que le basta la lección sin la unción, la especulación sin la devoción, la investigación sin la admiración, la circunspección sin la exultación, la industria sin la piedad, la ciencia sin la caridad, la inteligencia sin la humildad, el estudio sin la gracia, el espejo sin la sabiduría divinamente inspirada”. San Buenaventura O.F.M., Itinerarium mentis in Deum, Prólogo, 4.