"Según un texto antiguo que interpreta la parábola del buen Samaritano, el hombre que bajaba de Jerusalén a Jericó representa a Adán, Jerusalén el paraíso, Jericó el mundo, los bandidos las fuerzas hostiles, el sacerdote la Ley, el levita los profetas, el Samaritano a Cristo. Por otro lado, las heridas simbolizan la desobediencia, la cabalgadura el cuerpo del Señor... y la promesa del regreso hecha por el Samaritano, según éste intérprete, prefigura la segunda venida de Cristo...
Este Samaritano carga con nuestros pecados (cf Mt 8,17) y sufre por nosotros. Carga con un moribundo y lo lleva a una posada, es decir, a la Iglesia. Ésta está abierta a todos, no rechaza dar su ayuda a nadie y Jesús invita a todos: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré» (Mt 11,28). El Samaritano, después de haber llevado a la posada al herido, no se marcha inmediatamente, sino que permanece todo el día en la posada, cerca del moribundo. Cura sus heridas no tan sólo de día, sino durante la noche, rodeándolo de toda clase de atentos cuidados... Verdaderamente, este guardián de las almas se mostró mucho más cercano y cuidadoso de los hombres que la Ley y los profetas «dando pruebas de bondad» hacia aquel que «cayó en manos de unos bandidos» y «se portó como prójimo» mucho más en actos que en palabras". Orígenes, Homilías sobre el evangelio de San Lucas.