Desde ahora, Señor, es a ti sólo a quien amo, a ti sólo a quien me uno, a ti sólo a quien busco, a ti sólo a quien estoy dispuesto a servir, porque sólo tú mandas justamente. Deseo someterme a tus órdenes; manda, te lo ruego, manda lo que quieres, pero cúrame, abre mis oídos a fin de que pueda escuchar tus palabras...
Recíbeme como a un fugitivo, oh Padre amantísimo. He sufrido demasiado tiempo; demasiado tiempo he estado sometido a tus enemigos y al juego de las mentiras. Recíbeme como a un siervo tuyo que quiere alejarse de todas estas cosas vanas... siento que me es necesario volver a ti; llamo, ábreme la puerta, enséñame como se llega hasta ti... Es hacia ti que quiero ir, dame, pues, los medios para llegar hasta ti. ¡Si tú te alejas, perecemos! Pero tú jamás abandonas a nadie, porque eres el soberano bien; todos los que te buscan con rectitud, te encuentran. Eres tú quien nos enseña como buscarte rectamente. Oh Padre mío, haz que te busque, líbrame del error, no permitas que, en mi búsqueda, encuentre a otra cosa que no seas tú. Si no deseo nada más que a ti, haz que sea a ti sólo a quien encuentre, oh Padre mío. San Agustín de Hipona, Soliloquios.