“El Reino de los cielos es semejante a un grano de mostaza que tomó un hombre y lo sembró en su campo...cuando crece es mayor que las hortalizas, y se hace árbol, hasta el punto de que las aves del cielo vienen y anidan en sus ramas”(Mt 13,31).
Esta pequeña semilla es para nosotros el símbolo de Jesucristo que, sepultado en la tierra del jardín, surgió poco después en su resurrección y se irguió como un gran árbol.
Se puede decir que cuando murió fue como una pequeña semilla. Fue un grano de semilla por la humillación en la carne y un gran árbol por la glorificación en majestad. Fue un grano de semilla cuando se presentó ante nuestros ojos desfigurado, y un gran árbol cuando resucitó como el más bello de los hombres(cf Sal 44,3).
Las ramas de este árbol santo son los predicadores del evangelio de los cuales nos dice un salmo: “por toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje” (Sal 18,5). Los pájaros anidan en sus ramas cuando las almas de los justos se elevan por encima de los atractivos de la tierra, y, apoyándose en sus alas de santidad, encuentran en las palabras de los predicadores del evangelio el consuelo que necesitan en las penas y fatigas de esta vida. San Gregorio Magno, Homilía sobre San Mateo 13.