"No consintamos, hermanos y amigos míos, en administrar de mala manera lo que, por don divino, se nos ha concedido, para que no tengamos que escuchar aquellas palabras: «Avergonzaos, vosotros, que retenéis lo ajeno, proponeos la imitación de la equidad de Dios y nadie será pobre.» No nos dediquemos a acumular y guardar dinero, mientras otros tienen que luchar en medio de la pobreza, para no merecer el ataque acerbo y amenazador de la palabras del profeta Amós: «Escuchad, los que decís: ¿cuándo pasará la luna nueva para vender el trigo, y el sábado para ofrecer el grano?» (Lc 8,5)... Imitemos aquella suprema y primordial ley de Dios, que hace llover sobre los justos y los pecadores, y hace salir igualmente el sol para todos (Mt 5,45); que pone la tierra, las fuentes, los ríos y los bosques a disposición de todos sus habitantes; el aire se lo entrega a las aves, y el agua a los que viven en ella, y a todos da con abundancia, los subsidios para su existencia, sin que haya autoridad de nadie que los detenga, ni ley que los circunscriba, ni fronteras que los separen; se lo entregó todo en común, con amplitud y abundancia, y sin deficiencia alguna. Así enaltece la uniforme dignidad de la naturaleza con la igualdad de sus dones, y pone de manifiesto las riquezas de su benignidad". San Gregorio Nacianceno, Sermón 14, sobre el amor a los pobres, 24-25.