"Debemos orar, pero no de una manera mecánica, ni por el gusto de enhebrar palabras, ni por la costumbre de guardar silencio o de ponerse de rodillas, sino con sobriedad, esperando a Dios con el espíritu recogido, cuando él decidiese hacerse presente y visitar al alma a través de sus facultades externas y por conducto de los órganos de los sentidos; de esta forma, tanto cuando convenga orar en silencio, como cuando haya que rezar en voz alta o incluso a gritos, la mente estará fija en Dios. Pues lo mismo que cuando el cuerpo realiza un trabajo cualquiera, todo él se concentra en la obra que se trae entre manos y todos sus miembros se ayudan unos a otros, así también el alma debe consagrarse toda ella a la petición y al amor del Señor, de modo que ni se entretenga en bagatelas o se deje distraer por las preocupaciones, sino que toda su esperanza y su expectación estén colocadas en Cristo. De este modo seremos iluminados por aquel que enseña el método correcto de la oración de petición y sugiere una oración pura y espiritual, digna de Dios, y la adoración que se hace en espíritu y verdad. Y lo mismo que el mercader de profesión no se contenta con una sola fuente de ingresos, sino que especula sobre todos los medios a su alcance para aumentar y acumular ganancias, empleando su habilidad y su ingenio ya en uno ya en otro negocio; y pasando de uno a otro método, da de lado los mercados improductivos por otros más rentables: así también nosotros debemos adornar nuestra alma acudiendo a los más variados artificios, a fin de poder ganarnos la suprema y ' auténtica ganancia, es decir, Dios, que nos enseñe a orar en verdad. Con esta condición, Dios descansará en la buena intención del alma, haciendo de ella el trono de su gloria, poniendo en ella su asiento y descansando en ella". De una antigua homilía del siglo V.