"Ahora bien, mientras nuestra mente estuviere disipada en imágenes carnales, jamás será capaz de contemplar..., porque la ciegan tantos obstáculos cuantos son los pensamientos que la traen y la llevan. Por tanto, el primer escalón –para que el alma llegue a contemplar la naturaleza invisible de Dios– es recogerse en sí misma". San Gregorio Magno, Homilías sobre el profeta Ezequiel, 2, 5.