“En efecto, en ninguna parte se comprende mejor la medida de la imperfección humana, que a la luz del rostro de Dios, en el espejo de la visión divina. Allí, en el día eterno, viendo el alma cada vez mejor lo que le falta, corrige cada día por la semejanza lo que le falta por causa de la desemejanza; ella se aproxima por la semejanza a aquel de quien se había alejado por la desemejanza. Y así, una semejanza cada vez más nítida acompaña a una visión cada vez más clara”. Guillermo de Saint-Thierry, Carta de Oro, n° 271.