“¡Imitemos a los apóstoles en
sus virtudes y no nos quedaremos atrás! En efecto, no son sus milagros lo que
los constituyó en apóstoles, sino la santidad de su vida. En ella se reconoce
al discípulo de Cristo. El Señor mismo nos ha señalado con este signo. Cuando
quiso hacer el retrato de sus discípulos y revelar el signo que los
distinguiría, dijo: “En esto reconocerán que sois mis discípulos”. ¿Sería por
los prodigios que obraban, por los muertos que resucitaban? De ninguna manera.
Entonces ¿por qué? “Por el amor que os tengáis los unos a los otros reconocerán
todos que sois discípulos míos” (Jn 13,35). Ahora bien, el amor no es cuestión
de milagros sino simplemente de virtud: “El amor cumple todo la ley.” (Rm
13,10)... Amaos los unos a los otros y así os pareceréis a los apóstoles,
estaréis en el primer puesto. “Si tú me amas, dice Jesús a Pedro, apacienta mis
corderos”. Aquí, prestad atención, se valora la virtud, el celo, la compasión,
el trabajo de guiar, el olvido de los propios intereses, la preocupación por
cumplir con la tarea de la carga pastoral; todo esto es fruto de la virtud, del
amor, no de los milagros y prodigios sino del amor”. San Juan Crisóstomo, 2ª Homilía
sobre los Hechos de los Apóstoles.