“Quien posee el conocimiento de Cristo (1 Cor. 2, 16) sabe también de cuánto provecho es a la piedad cristiana y lo mucho que conviene al siervo de Dios y de Cristo redentor recordar devotamente los frutos de la pasión redentora disfrutándolos en su conciencia y reteniéndolos en la memoria. Eso es comer espiritualmente el cuerpo del Señor y beber su sangre, recordando a aquel que mandó a todos los que creen en él: “Haced esto en recuerdo mío” (Lc 22, 19).
Bien claro está que es grave impiedad olvidarse de esta prueba manifiesta del amor de Dios (Sal 103,22), además de ser un pecado de desobediencia, como sería una ofensa grave olvidarse de un amigo que se ausenta habiéndonos confiado alguna señal para recordarle.
El misterio de esta santa y venerable conmemoración en forma debida, lugar y tiempo, pueden hacerlo solamente algunos hombres a quienes se les ha confiado este misterio. Pero la gracia del sacramento en todos los lugares de su imperio, avivarla, tocarla, apropiársela para la salvación en la forma que nos ha sido transmitida (1 Cor. 11, 23) , es decir, con sentimientos de piadosa gratitud, está al alcance de todos aquellos a quienes fue dicho: “Vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, para anunciar las alabanzas de aquel que os ha llamado de las tinieblas a la admirable luz” (1 Pe 2, 9)
El sacramento es vida para aquel que lo recibe dignamente, pero quien lo recibe mal lo profana acarreándose muerte y condenación. (1 Cor 11, 29) Solamente los que son dignos reciben la gracia del sacramento, que sería muerte para quien lo recibiese sin estar en gracia. La gracia sacramental, aun sin recibir el sacramento, es vida eterna.
Si quieres de verdad, a cualquier hora, día y noche, está a tu disposición tanta grandeza, aun en la celda. Siempre que el recuerdo de aquel que sufrió por ti (1 Pe. 2, 21) acrecienta tu fe y amor a la pasión de Cristo, comes el cuerpo de Cristo y bebes su sangre. Mientras permanezcas en él por amor y él en ti por su acción de justicia y santidad estás siendo parte de su cuerpo, como uno de sus miembros". Guillermo de Saint Thierry, a los cartujos de Mont Dieu (Carta de oro).