"Al celebrar devotamente el adviento del Señor, no hacemos más que lo que debemos hacer; puesto que no viene sólo a nosotros, sino también por nosotros; aquel soberano Rey, que no tiene necesidad de nuestros bienes, verdaderamente la misma grandeza de su dignidad, manifiesta con mayor claridad, lo grande de nuestra necesidad. No sólo se conoce el peligro de la enfermedad, por el precio de la medicina, sino que también se conoce la multitud de achaques, por la abundancia de los remedios.
Por eso es necesario del advenimiento del Señor, por eso es necesaria a los hombres así oprimidos, la presencia de Cristo, y ojalá de tal modo venga, que por su copiosísima dignación, habitando en nosotros por la fe, ilumine nuestra ceguera; permaneciendo con nosotros, ayude nuestra debilidad, y estando por nosotros, proteja y defienda nuestra fragilidad. Porque, si él está en nosotros ¿quién nos engañará?, si está con nosotros ¿qué no podremos en el Señor, que nos conforta? Él es el consejero fiel que de ningún modo puede ser engañado, ni engañar, fuerte auxilio, que no se cansará... Es la sabiduría de Dios, la fuerza misma de Dios (1 Co 1,24)... A este tan gran Maestro, hermanos míos, recurramos en toda deliberación, esta poderosa ayuda invoquemos en toda decisión, a este protector tan fiel encomendemos nuestras almas en todos los combates, el cual vino al mundo, para que habitando en los hombres, con los hombres y por los hombres, se iluminasen nuestras tinieblas, y se suavizasen nuestros trabajos, y se apartasen nuestros peligros". San Bernardo de Clairvaux, 7º Sermón de Adviento.