"Mientras todo el mundo se sentía abrumado por las tinieblas del diablo y la oscuridad del pecado que gobernaba el mundo, un nuevo sol, nuestro Señor Jesucristo, tuvo a bien, llegado el tiempo, entrada la noche, extender los primeros rayos del amanecer. Antes de que aparezca esta luz, es decir, antes de que se manifieste "el sol de justicia" (Mateo 3,20), Dios ya había anunciado por los profetas, como una aurora: «envié a mis profetas antes que a la luz "(Jr 7,25 Vulgata). Más tarde, el mismo Cristo ha extendido sus rayos, es decir, sus apóstoles, para hacer resplandecer su luz y llenar el mundo de su verdad, para que nadie se pierde en la oscuridad...
Nosotros, los hombres, para realizar las tareas indispensables, antes de que el sol de este mundo se levante, nos anticipamos a la luz con una lámpara. Ahora el sol de Cristo, también tiene su lámpara, que precedió a su venida, como dice el profeta: "Enciendo una lámpara para mi Ungido" (Salmo 131,17). El Señor indica cuál es esta lámpara, diciendo de Juan el Bautista: "Este es la lámpara que arde y brilla". Y el mismo Juan, dijo, como si fuera la tenue luz de una linterna que va delante suyo: «Pero viene, el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego"(Lc 3,16). Al mismo tiempo, entendiendo que su luz tenía que ser eclipsada por los rayos del sol, predijo: "Él debe crecer y yo tengo que menguar" (Jn 3,30). De hecho, como la luz de una linterna se apaga con la llegada del sol, de igual modo, el bautismo de arrepentimiento proclamado por Juan, ha perdido su valor con la llegada de la gracia de Cristo". San Máximo de Turín, Sermón 62.