Yo soy solo un pobre ermitaño. Mi barba ya se hizo larga y blanca. Busqué a Dios y me lancé en sus brazos de Padre a cielo abierto. He experimentado muchas veces la debilidad, la falta de fuerza. Acudí al hermano que me guiaba; le pedía la limosna del pan, el pan de hacerme ver el camino que me llevase, lo más rápidamente posible a Dios. Su respuesta fue sencilla y clara, como el agua cristalina de la fuente cercana: Hermano, si quieres llegar a Dios en silencio, crece en deseo, ansía con toda tu alma su amor y su presencia, lanza tu corazón como el pájaro que, apoyado en la rama, mira con ojos abiertos el cielo azul. Y después calla y ora, ora y calla, paso a paso … Poco a poco te vas acercando al corazón de Dios. Un día verás con gozo que Dios ya está en tu corazón. Porque orar no es cuestión de prisas, sino de constancia y paciencia en el paso de amor de cada día. En silencio acudes a Dios y en silencio Él va entrando en tu vida.
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